Quienes conocen a Tinchi saben lo que es: entrador, petizo,
ganador, flaquito, pequeño, siempre triunfante, sobrador, seductor, mujeriego,
desfachatado, siempre dispuesto a dar una sonrisa o un “Te lo dije”…
En el jardín las compañeras
y sus docentes hablan maravillas de él, de su corrección, de su encanto, de su
tranquilidad, de lo ordenado que es…
Me preguntaba qué es lo
que hace tan diferente un hermano de otro… creo que depende en gran medida,
además de lo genético, de nosotras sus MADRES.
Con Tato teníamos la
expectativa de ser o aspirar a madres perfectas, presentes en el cole, en el
club, en pileta, en la vida… por duplicado… como dos veces bueno… pero la vida
nos enseñó que esa lógica solo se da en las matemáticas y que la vida es otra
cosa, estábamos presentes, o estábamos doblemente ausentes, o fallábamos, y nos
complementábamos o no… como en toda familia…
Con Tinchi las cosas
fueron distintas… partimos de la base de poder equivocarnos, que ningún error
es irreparable, que de algún modo las cosas saldrán… y nos salió un segundo
hijo, lleno de disfrute y despreocupación.