Intento con mis hijos no plasmarles a fuego aquellas cosas en las que luego se convirtieron para mí en una mochila pesada, no porque necesariamente sean malas, sino porque si o si merecen compromiso e implicancia… Cosas que no puedo identificar de donde vienen, pero forman parte de mi. Me doy cuenta que si esas cosas ya las traía en mi interior, mis padres ayudaron a cuidarlas y a darles un valor como para que yo las conserve.
Y aquí me encuentro yo, charlando con ambos de: las cosas de la vida; de la muerte; de la importancia de un libro de viajes; de ser bueno con el otro gratis, sin nada a cambio; de alimentarse de buenas charlas, de ser curioso; de la posible y no descartada existencia del Ratón Perez, de Papá Noel, de duendes, de hadas, de Dios; de las leyendas de fantasmas en La Recoleta; de la gallina que vi correr sin cabeza; de la vez que en Mar del Tuyu llovió sapitos; de cuando por no saber el idioma, en Grecia me achicaron toda la ropa en un lavadero…
Por suerte, del otro lado está Triana, que les muestra como pescar; como funciona una herramienta; como reírse de las cosas de todos los días; como siempre es buen momento para empezar algo que uno quiere… porque si hay algo en lo que coincidimos con esta compañera de vida, es que nunca se agota el tiempo para cumplir los sueños mientras sigamos vivos.
pd: Triana, Tato yo, volamos en parapente!!!