Atardecía en la ciudad, Triana llegó rendida de su labor y ambas tomábamos mate, conversábamos, tiradas en la cama, tranquilidad que duró… unos dos segundos y medio, instante en el que nuestra cama recibió un fuerte impacto: Tato se había arrojado sobre nuestras piernas con una carcajada, manifestando rápidamente (es un niño que felizmente le cuesta callar todo lo que atañe a sus sentimientos) que se sentía molesto o avergonzado, luego definió como celoso, cuando nos ve ahí charlando… Lo abrazamos, jugamos a la lucha y Tinchi comenzó a utilizar su técnica, del “no conozco el como si” y tuvimos que calmarlo. Tato se aburrió de nosotras y se fue por ahí, el pequeñín se quedó en el medio, mirándonos, sonriendo y toma la palabra: “Eta… mamá… (Señalándome) Triana e mamá tabien… mamá y mamá Triana…”
Tinchi pudo nombrarnos a las dos: mamás, seguramente gracias a su hermano que se lo dice, gracias a los encuentros con otras familias homoparentales, gracias a que logramos ambas, en este tiempo, cambiar nuestras cabezas, sacarnos los miedos y reconocernos como familia.