Desde la madrugada del 15 de julio, estoy intentando encontrar palabras adecuadas para expresar la emoción que tenemos los 4. El televisor estuvo toda la noche encendido y con intermitencias íbamos escuchando los diferentes argumentos de los Senadores que luego votarían… confieso que en ocasiones tuve miedo, o vergüenza, o emociones, o que dar explicaciones a Tato que se enojaba de las cosas terribles que decían sobre posibles hijos de lesbianas, gritando que era ignorante el que creía que su hermano o él no eran felices.
A la mañana Triana me abrazó y me dijo: “¡Romaaaa, la ley… salió! ¡Te dije que iba a salir!” Y algunas horas después me volvió a ofrecer matrimonio y les aseguro que se me estremeció el corazón, pero esta vez amparado por la ley.
Estoy todavía en estado atónito, tratando de pensar qué hubiese querido yo, de haber podido soñar con casarme con el ser que amo… y esto que hoy es realidad, que me llena el alma (que aviso que no es patrimonio de los católicos, que los gays y lesbianas también tenemos alma…) debe ser muy bien planeado, mientras tanto grito alto: ¡PUEDO CASARME CON TRIANA, MIS HIJOS TENDRAN EL APELLIDO DE SU OTRA MAMÁ!