Hace un mes y algo, Tinchi andaba quejándose, entre gateo y arrastrarse, para poder acercarse adonde estaba sentado en el suelo su hermano mayor. Lo observaba, con impulso materno reprimido de sujetarlo, para que no se golpeara, pero me contuve. Tinchi seguía avanzando con esfuerzo, hasta que llegó al borde del sillón, agotado, pero feliz.
Tato continuaba mirando televisión y por el rabillo del ojo no dejaba de cuidarlo…: “Tinchi, vení”- le ordenó y el petizo valiente, abandonó su lugar seguro, se soltó despacito y dio unos pasitos hacia su hermano, para poder abrazarlo y llenarlo de baba y amor.
A partir de ese momento… Tinchi no paró de caminar.
Tato continuaba mirando televisión y por el rabillo del ojo no dejaba de cuidarlo…: “Tinchi, vení”- le ordenó y el petizo valiente, abandonó su lugar seguro, se soltó despacito y dio unos pasitos hacia su hermano, para poder abrazarlo y llenarlo de baba y amor.
A partir de ese momento… Tinchi no paró de caminar.