Desde mi adolescencia me persiguen proyectos, que todo el tiempo el afuera (familia, escuela, parroquia) me devolvía como irrealizables…
Fui creciendo y con mis primeros novios vi como se alejaban las posibilidades concretas de tener ganas de realizarlos…
Ese no era el camino. Hace 9 años y un poquito me encontré a alguien que fue hecha con la otra parte de molde con el que a mi me hicieron, que no le dan miedo mis sueños, que ella misma los estuvo forjando desde su propia infancia. Y será por eso que desde el principio comenzamos a compartirlos y será por eso que al tiempito de estar juntas empezamos a hablar de Tato, de tener un hijo.
Es esa sensación de sentir que la vida “va saliendo de taquito…” cuando estamos juntas, es sentir como ajena una sensación de miedo, o de soledad, o de inseguridad…
Es esperar cada tarde a que Tato llegue del cole para llenarlo de besos y escuchar sus historias, ver su caballerosidad para conmigo estos días de tener que hacer reposo, transmitiéndome que nada saldrá mal.
Es tener ese código familiar que nos hace sentirnos cómplices, cuidados, amados, amparados, comprendidos, que nos asegura que Tinchi disfrutará de nuestros días de pesca, de nuestros paisajes montañosos, de nuestras meriendas compartidas, de compartir con nosotros su vida.
Ellos sostienen mis sueños, los encontré, nos encontramos, los amo.
Fui creciendo y con mis primeros novios vi como se alejaban las posibilidades concretas de tener ganas de realizarlos…
Ese no era el camino. Hace 9 años y un poquito me encontré a alguien que fue hecha con la otra parte de molde con el que a mi me hicieron, que no le dan miedo mis sueños, que ella misma los estuvo forjando desde su propia infancia. Y será por eso que desde el principio comenzamos a compartirlos y será por eso que al tiempito de estar juntas empezamos a hablar de Tato, de tener un hijo.
Es esa sensación de sentir que la vida “va saliendo de taquito…” cuando estamos juntas, es sentir como ajena una sensación de miedo, o de soledad, o de inseguridad…
Es esperar cada tarde a que Tato llegue del cole para llenarlo de besos y escuchar sus historias, ver su caballerosidad para conmigo estos días de tener que hacer reposo, transmitiéndome que nada saldrá mal.
Es tener ese código familiar que nos hace sentirnos cómplices, cuidados, amados, amparados, comprendidos, que nos asegura que Tinchi disfrutará de nuestros días de pesca, de nuestros paisajes montañosos, de nuestras meriendas compartidas, de compartir con nosotros su vida.
Ellos sostienen mis sueños, los encontré, nos encontramos, los amo.