
Hace una semana volvimos de las vacaciones, donde los cuatro pudimos descansar y pasarla muy bien.
Mes de marzo: comienzo de clases, reinicio de las actividades laborales.
Triana sigue en rehabilitación para recuperarse de la operación; mi panza crece, Tinchi ya pesa 300 gramos y en la última eco, pudieron conocerlo/la: esa preciosura estaba con los brazos sobre su cabecita y ambas piernas cruzadas en su develamiento sexual, dejándonos con la expectativa un mes más.
Tenía que regresar a mi trabajo, así lo hice.
Lo primero que sucedió fue una aguda disfonía, luego una muela estalló por una caries que me informaron que iría directamente a tratamiento de conducto. Pero lo más preocupante aún no había sucedido: desde que llegamos a Buenos Aires, mi panza, ante el menor ejercicio, se ponía como una roca, fuimos a ver a la obstetra y nos dijo que eran contracciones, me indicó reposo absoluto y un medicamento llamado Isoxsuprina. En esa misma consulta trató de escuchar al bebé, pero fue en vano, corrimos al sector de ecografías y recién con un aparato más sofisticado apareció el latido milagroso.
Aquí estamos: la mayor parte del tiempo mi cama y mi reposo está superpoblado con Tato, Triana y Tinchi moviéndose “pececitamente”, como diciendo aquí estoy.
Sé que Triana tiene miedo y no me lo transmite: me atiende, me hace masajes, caricias, sonríe, se ocupa de la casa y me reta (como ahora) cuando me levanto del lecho.
Tato me pregunta por su hermano, a veces protesta porque tengo que estar acostada, pero la mayoría de las ocasiones comprende y me da besos, abrazos, payasadas y dibujos.
A mí me duele, me preocupa, me consterna, pienso en mi hijo Tato, pienso en mi hijo Tinchi, pienso en Triana, pienso que no puede pasarme nada y que no le puede pasar nada a él.
Hay que esperar.
Mes de marzo: comienzo de clases, reinicio de las actividades laborales.
Triana sigue en rehabilitación para recuperarse de la operación; mi panza crece, Tinchi ya pesa 300 gramos y en la última eco, pudieron conocerlo/la: esa preciosura estaba con los brazos sobre su cabecita y ambas piernas cruzadas en su develamiento sexual, dejándonos con la expectativa un mes más.
Tenía que regresar a mi trabajo, así lo hice.
Lo primero que sucedió fue una aguda disfonía, luego una muela estalló por una caries que me informaron que iría directamente a tratamiento de conducto. Pero lo más preocupante aún no había sucedido: desde que llegamos a Buenos Aires, mi panza, ante el menor ejercicio, se ponía como una roca, fuimos a ver a la obstetra y nos dijo que eran contracciones, me indicó reposo absoluto y un medicamento llamado Isoxsuprina. En esa misma consulta trató de escuchar al bebé, pero fue en vano, corrimos al sector de ecografías y recién con un aparato más sofisticado apareció el latido milagroso.
Aquí estamos: la mayor parte del tiempo mi cama y mi reposo está superpoblado con Tato, Triana y Tinchi moviéndose “pececitamente”, como diciendo aquí estoy.
Sé que Triana tiene miedo y no me lo transmite: me atiende, me hace masajes, caricias, sonríe, se ocupa de la casa y me reta (como ahora) cuando me levanto del lecho.
Tato me pregunta por su hermano, a veces protesta porque tengo que estar acostada, pero la mayoría de las ocasiones comprende y me da besos, abrazos, payasadas y dibujos.
A mí me duele, me preocupa, me consterna, pienso en mi hijo Tato, pienso en mi hijo Tinchi, pienso en Triana, pienso que no puede pasarme nada y que no le puede pasar nada a él.
Hay que esperar.