
Nuestra casita estaba llena de diversos inventos y juguetes que Triana iba creando, llegando a su capacidad máxima. Creyendo poder solucionar este problema, le compramos con Tato un rompecabezas de 1000 piezas, para armarlo, actividad que solíamos hacer hasta la madrugada, algunas noches antes de que naciera nuestro niño.
Sábado algo complicado, donde Tato no hacía más que interpelar ambas figuras parentales: madre, madrina, o como gusten llamarlas, en este maravilloso mundo de terminología española… Ya habíamos tenido una charla reflexiva por la mañana, pero ese día no podía con su mal humor.
Por la tarde nos encontrábamos sumidas en el embrujo del rompecabezas, él andaba por ahí armando el suyo. Nos miraba de vez en cuando de reojo… hasta que se acercó e hizo lo peor que se le puede hacer a un armador de rompecabezas: DESPARRAMAR UN PAR DE PIEZAS QUE YA ESTABAN ENCASTRADAS!!! Acto seguido huyó despavorido a su habitación, sabiendo que nuestra ira lo alcanzaría.
Quedamos perplejas por su actitud, como madres primerizas que somos, que no sabemos cuan de malo puede ser un niño o cuan de bueno, y como ráfaga pasó entre nosotras Tato otra vez, dejando un “walkitoki” o intercomunicador, escapando cual correcaminos a su habitación.
Repentinamente comenzamos a escuchar que del aparatejo salían palabras como robotizadas (y no era Fuegotom) que eran emitidas desde la habitación por el otro aparatito que decían: “PERDÓN… LO HICE PORQUE ESTABA ENOJADO, PORQUE YO QUIERO QUE ESTEN CONMIGO, NO LO VOY A HACER MÁS, PEEEEEER DÓN.”Nos miramos y en vez de enojarnos, nos dibujó una sonrisa y seguramente ambas pensamos que nuestro hijo era cada día más inteligente.